Una noche de verano sumamente calurosa, una noche de fines de diciembre,
salí a tomar aire afuera de la cabaña que ocupaba termporariamente.
La noche era apacible y hermosa. A mi alrededor todo era quietud y en el
aire flotaba un no sé qué extraño y fascinante. El cielo estaba totalmente
despejado y me pareció un océano lleno de misterios.
De pronto, sin saber por qué, me dieron unas ganas bárbaras de mirar la
luna. La busqué y la busqué con la mirada, y nada. No se la veía por ningún
lado. Me puse un par de anteojos, y nada. Me los saqué, los limpié
cuidadosamente, me los volví a poner... nada.
Recordé que tenía un potente telescopio portátil. Me pasé un rato largo mirando
el cielo a través de su lente, pero la luna no aparecía por ningún lado. Ni
siquiera opacaba por su presencia.
Nubes no había ni una. Estrellas, un montón. Pero la luna no estaba. Me
fijé en el almanaque. Era un día de luna llena. ¿Cómo podía ser que no
estuviera? ¿Dónde se habría metido? En algún lugar tenía que estar. Decidí
esperar.
Esperé con ganas. Esperé con impaciencia. Esperé con curiosidad. Esperé con
ansias. Esperé con entusiasmo. Esperé y esperé. Cuando terminé de esperar miré
al cielo, y nada.
Cuando pude sobreponerme a mi decepción, me serví un café. Lo bebí
lentamente. Cuando lo terminé de tomar la luna seguía sin aparecer. Me serví
otro café. Cuando lo terminé de tomar ya había tomado dos cafés. Pero de la
luna, ni noticias. Después del décimo café la luna no había aparecido y a mí se
me había terminado el café. Paciencia por suerte todavía tenía.
Consulté las tablas astronómicas que siempre llevaba en la mochila. Eclipse
no había. Pero de la luna, ni rastros. Volví a tomar el telescopio. Enfoqué
bien, en distintas direcciones.
El cielo nocturno era maravilloso y, como tantas otras veces, me sorprendió
mucho encontrar algo que no esperaba ver. Mucho menos en ese momento y en ese
lugar. Ahí a lo lejos, entre tantas galaxias con tantas estrellas y tantos
cuerpos desconocidos que se movían en el espacio había un pequeño planeta con
un cartelito que decía "Tierra". Le di mayor potencia al telescopio y
pude ver claramente que en la terraza de mi casa todavía estaba colgada la ropa
que me había sacado antes de ponerme el traje de astronauta. Adentro, en el
comedor, mi esposo y los chicos comían ravioles con tuco y miraban un noticiero
por televisión. En ese momento justo estaban mostrando una foto mía y el
Servicio de Investigaciones Espaciales informaba que yo había alunizado sin
dificultades.
Me tranquilicé y me quedé afuera, disfrutando serenamente de la noche,
mirando todo con la boca abierta, absorta en vaya a saber qué, tan distraída
como siempre, totalmente en la luna .
Adela Basch : escritora Argentina , Publica libros de cuentos para niños, poemas y obras de teatro infantil.